Crítica Teatral: “SI NO FUERAS TAN COMÚN” – II

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CARTAS DESDE EL DESIERTO SOBRE EL RECOMIENZO
COMÚN DE TODO LO POSIBLE

Por Javier Martinez Ramacciotti
Rama

 

 

 

 

– Sobre Si no fueras tan común –

“¡Basta! Declaremos de una vez por todas el Fin de todos los fines,
el comienzo posible de todo lo que es y de todo lo que fue y será»
A. Badiou

Es domingo a la noche. Espero a V. en la puerta de La Cochera. Vamos a ver Si no fueras tan común, obra con dirección de Gustavo Kreiman y actuación de Daniela Valdéz. Aún me roza con intermitencia la marea de la resaca; cinco horas atrás, estaba tirado en la cama dudando si ir o no a la obra. Era una duda falsa: quería ir. Pero a veces uno se pone ficticiamente en el umbral de la posibilidad de quedarse solo, encerrado, para sentir el desasosiego de esa sustracción imaginaria del mundo, como si sólo intimando con la ruptura de todo vínculo fuera capaz de apreciar por primera vez el encuentro. Suena raro, lo sé, pero el mundo es raro, así que todo bien. Llega V. y entramos a la sala. La escena nos asalta con su absoluta depuración; ahí sólo vamos a ver a la actriz, una silla y el juego de alternancia de luces y sonidos. Aunque la obra se construya en su mayoría sobre la reminiscencia, el despojo escénico conspira en generar un choque, la fuerza de lo presente a la que no podemos dejar de prestar atención. Las palabras que se suceden en la voz de Isabel- el personaje encarnado por Valdéz- son flechas que salen disparadas en su mayoría al pasado, algunas al porvenir, y otras generan un rulo extraño parecido al potencial, pero si no nos extraviamos entre tantas indicaciones es porque al frente nuestro se manifiesta un agujero negro sin ornamentos que termina succionando las fantasías, las evocaciones, el oído, el espacio y la mirada: ahí hay un cuerpo que sufre y goza, y el lenguaje y las imágenes sólo pueden servir en tanto catalizadores de ese cuerpo pero siempre terminan regresando a esa usina de carne y huesos, a su matriz material: varias secuencias narrativas- conducidas en impresionante ritmo de monólogo por la actriz- se interrumpen abruptamente en algún gesto agudo del cuerpo, una sonrisa, un tic, un movimiento de las manos, un descalabro de la anatomía, un llanto, dos llantos, todos los llantos. Ahí hay un cuerpo que sufre y goza en el grado cero de todo ornamento, como se sufre y goza realmente. Y sin embargo, ese cuerpo no está solo aunque no esté con otros. El despliegue de esa paradoja es la mayor virtud de la obra. Isabel encarna el paradigma de una soledad común, o para decirlo en palabras de Deleuze: la soledad más poblada del mundo. Compartamos unas mínimas indicaciones de la obra. Lo que escuchamos es la carta que Isabel le escribe a su Abuela, pero lo que vemos es el despliegue de la imaginación de la abuela al leer la carta; a su vez, y para complejizar más la cuestión, en la propia carta Isabel anticipa cómo se imagina ella misma a su Abuela leyéndola. Es decir, en la intemperie de la escena presenciamos, sin embargo, una comunidad de fantasmas; ya lo decía Kafka en sus cartas a Milena, un epistolario es una casa de espectros. Además, por otra parte, Isabel encarna un tiempo dislocado, su carne se encuentra abierta al menos por dos heridas: entre los que ya no están- los muertos- y el que aún no está- el por nacer-. Entre los fantasmas de la letra y los espectros del tiempo, un cuerpo: Isabel, una soledad poblada, un desierto atravesado por todas las tribus. Si no fueras tan común podría pensarse como una obra que intenta sugerir la posibilidad de un modo de vínculo con los otros a la altura del cuerpo de Isabel, es decir, un vínculo sin tiranía, sin socialitarismo despótico, sin la miseria del imaginario al que debemos responder cada vez, un vínculo que se encuentra al final de la soledad y de todas las distancias, un vínculo que conserva la soledad y todas las distancias. Un vínculo entre los fantasmas de la letra y los espectros del tiempo. Porque es cierto, el vínculo, y sobre todo el vínculo familiar- que es sobre el que se mueve la obra-, puede ser, y ha sido, un lazo tan apretado que asfixia; pero también es cierto que la salida más sencilla, la que predomina en todos los rincones, es la negación de todo vínculo, la festiva y pretendidamente progre celebración del corte de cualquier lazo, y que detrás del canto y la fiesta no podemos dejar de escuchar, sin embargo, la triste impotencia del coro de individuos incapaces de apostar por nada que no sea más que ellos mismos, en una inercia solipsista tan pero tan parecida a la escena de consumidores abúlicos que necesita el capitalismo y su reparto afectivo. Isabel encarna otra posibilidad, una sobrevida para otros vínculos. Ella no es ingenua, sabe que esta posibilidad afirmativa nace de un primer “¡No!”( a las prerrogativas de su Abuela, por ejemplo), pero también sabe que esta destrucción es un momento provisorio de un movimiento más profundo, que viene de mucho antes y continúa más lejos que todo odio, y que a falta de palabras, y porque también es hora de volver a usar las viejas palabras, llamaremos: el movimiento del Amor. Nadie destruye sino lo que ama porque intuye que hay ahí, en los meandros y las grietas que los lazos apretados no dejan respirar, una belleza y un porvenir que reclaman sus voces, sus cuerpos, su historia. Isabel grita ¡No! para mejor decir ¡Sí!; Isabel ventila el tufillo de cadáveres para mejor dejar respirar a lo que viene. Isabel se aleja de su Abuela para mejor poder imaginar el momento de su reencuentro, ahora ya no sólo entre ellas dos, sino con lo nuevo, con lo engendrado: reencuentro pacífico y póstumo entre el pasado, el presente y el porvenir mancomunados en una imagen, la que cierra la carta e inaugura, justamente, el comienzo de todo lo posible: “Va a estar bueno, abu, vas a ver. Cuando aprenda a caminar solito, ahorramos unos pesos y nos vamos a la playa los tres.”

Al salir de la obra- con una apenas inconfesable ganas de abrazar a la actriz, impulso que tuve que reprimir en varios instantes recordándome que era una puesta en escena, y que si belleza y locura colindan eso no sería un argumento que justificara mi rapto de delirio- fuimos con V. a Dadá Mini- la resaca había desaparecido, buen momento para volver a generarla-. Entre varias cosas, ella me contó, haciendo alusión al título de la obra, que cuando le preguntan «¿cómo estás?», ella responde: común. No «bien», «mal» ni «normal», sino «común». Y que en eso encontraba un valor. Un elogio de lo común, pensé y se lo dije y sí nos pareció. Un elogio semejante podría pensarse que existe en la obre de Gustavo Kreiman, un elogio a lo que llega después de la antinomia ente Normalidad y Excentricidad, al instante posterior a destruir las casas heredades y comenzar a preguntarnos, por fin, cómo vamos a empezar a habitar juntos las ruinas que son nuestros tesoro. Un elogio al temple común requerido para tomar lo necesario de lo que ya no es- los muertos- para comenzar a levantar un mundo a lo que todavía no es pero será- el por nacer- O dicho de otro modo, según las palabras de V. que parafraseo: convertir, alejados de la pirotecnia de la transgresión rupturista a la mano, al “lugar común” en un lugar común, en un espacio habitable para muchos, en un entorno donde inventar un nuevo vínculo- aunque sea el más viejo de todos: el familiar-, una nueva fábula y un nuevo nombre para el amor.

Una fábula y un nombre común, como los días, como las plantas, como el ritmo inconsecuente del mar, como la obra, como Isabel y su Abuela, como V., como cada uno de nosotros cuando terminamos de atravesar el desierto más poblado del mundo y comenzamos, ahora sí, ahora por fin, a vivir.

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Todos los DOMINGOS de SEPTIEMBRE en teatro LA COCHERA.
((Fructuoso Rivera 541, Bº Güemes))
:::Reservas al 156.646.448:::

Dramaturgia y dirección: Gustavo Kreiman
En escena: Daniela Valdéz
Asesor general de puesta en escena: Gonzalo Marull
Diseño y operación de luces: Gabriela Visintín
Fotografía y vestuario: Cokó Albarracín

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+ acerca de Javier Martínez Ramacciotti:
Nació en Córdoba, 1985. Participó de las antologías de jóvenes narradores Es lo que hay y Los nuevos, ambas editadas por Babel, y de Dieciocho. Antología de poetas hombres de Córdoba (Tinta de Negro Ediciones). Ganó el Primer premio del Concurso Literario El Banquete 2011 y fue seleccionado también con el primer premio del II Concurso Nacional de Poesía “Taller Latinoamericano de Poesía Fundación Pablo Neruda 2012” Publicó: Fondo Blanco (Alción, 2011), Papá-Oso (La Sofía Cartonera, 2013) y Alto Mediodía (Llanto de Mudo, 2014) y participó de los libros colectivos de ensayos: La Obstinación de la escritura (Postales Japonesas, 2013) y Violencia y Método. De lecturas y críticas (Letranómada, 2014). Es editor de la Revista Digital Caja Muda: www.revistacajamuda.com.ar

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