Crítica Teatral: “DESPIERTA CORAZÓN DORMIDO”

12

EL CUERPO TORTURA

Por Manuel Ignacio Moyano
manuel moyano

 

 

 

 

– Notas sobre  Despierta Corazón Dormido, de Camila Sosa Villada –

De las frases que más suelen repetirse en el mundo del teatro, corriendo el riesgo de convertirse en clichés, la mayoría versan sobre “lo que le pasa al cuerpo”. Y se riegan críticas despiadadas porque “a esos cuerpos no le pasa nada”, o se halagan obras enteras por la “afección estricta de los cuerpos”. Pero, ¿qué significa que a los cuerpos les pase algo? ¿Puede decirse lo que le pasa a los cuerpos o, en cambio, ante el cuerpo hay que callar? La danza y el teatro, las artes escénicas en general, dependen absolutamente de los cuerpos y de los acontecimientos que allí suceden. Alguna vez Niezstche dijo “yo no soy un hombre, soy un campo de batalla”. Podríamos parafrasearlo y decir “no es un cuerpo, es un campo de batalla”. Pero, otra vez, ¿es decible lo que sucede en un campo de batalla? El cuerpo es un campo de batalla donde las contiendas se dan entre la filosofía, la política, la teología, el arte y, vencedora, la medicina. Es ella la que dice lo que es un cuerpo y lo que le sucede. Entonces, ¿no busca el teatro disputarle ese lugar al vencedor? Sí, lo hace, pero el teatro no tiene estetoscopio científico y para hablar del cuerpo lo hace con el cuerpo mismo. El cuerpo, en el teatro, no solamente es decible sino que es el encargado de decir. Está en escena para hablar, para avisar lo que le pasa, para cantar su existencia. Y lo hace con su propio idioma: el idioma de los gestos, ese idioma que la medicina nunca va a escuchar.

*

La representación de Frida Khalo por Camila Sosa Villada es un éxito, de eso no cabe duda incluso aunque no se haya visto la obra. Pero los éxitos son tramposos. Frida, esa sufrida artista que encarnó su país como pocos pudieron, se ha convertido en un ícono de excelente rentabilidad para el mercado cultural que ha banalizado no sólo su obra plástica sino, fundamentalmente, el recuerdo de su cuerpo –ciertamente, inescindible de aquella. A Frida, mujer con todas las letras, a la que le dolía un México en todo el cuerpo, la han licuado y ultrajado no sólo los ávidos marketineros del mundillo estético sino, y esto es lo peor, las almas políticamente correctas orgullosas de llamarse “socialistas, ecologistas y feministas”. Ese México que duele es callado cada vez que vemos un bolsito con la cara de Frida. Afortunadamente, Camila Sosa Villada lo sabe y no transa con esa “correctitud” política y denuncia fielmente ese chantaje y lo parodia al extremo. Frida, antes de una cara para las revoluciones, era una comadre atravesada literalmente por un tranvía llamado Diego Rivera. Camila elige subirse en ese mismo tren y sentir a Frida en todo el cuerpo. Tal como lo había hecho con Tita Merello y con Billie Holiday en “Llórame un río”, la representación es perfecta. Camila es Frida porque sabe, como la magnífica actriz que es, hablar con su cuerpo el idioma de los gestos. Lo que pasa en el cuerpo de Camila es el hierro que pasaba en el cuerpo de Frida. De eso no hay duda.

*

Sin embargo, y esto es sólo una lectura posible entre muchas otras, lo más interesante de la obra no está en el cuerpo de Camila-Frida. Está fuera de ella, en el cuerpo intruso de su ayudante y en la hermosa puesta. Quizás esta vez lo central de la obra no sucede en el cuerpo de la actriz, sino fuera. O mejor, quizás el cuerpo en cuestión sucede fuera de sí. En todo momento, a medida que Camila desarrolla sus extensos monólogos, manteniendo con vida toda la escena, una ayudante enmascarada cumple el extraño rol de irle cambiando los vestuarios, acercando la utilería para su uso en escena, modificando el escenario para recrear los colores mexicanos y la plasticidad de la obra pictórica de Frida. Y lo más intenso es el silencio ominoso con que cumple su papel. Casi como un intruso extra dramático, casi como el intruso ferroviario del cuerpo de Camila-Frida, casi como la gran trompa de Diego Rivera rompiendo todos los códigos de la intimidad amorosa. Es que el escenario va cambiando como cambian los momentos que Camila eligió representar de la vida de Frida, pero ese cambio es absolutamente perceptible y llevado a cabo por esta asistente fuera de toda coordenada. Casi como una tortura. Recreando la tortura que manifiesta la obra de Frida, pero torturando a Camila-Frida insistentemente. Vistiéndola y desvistiéndola, acompañándola, siempre allí, junto a ella, sin siquiera dejarla en el momento final. Toda la plasticidad, toda la obra artística de Frida que se reconstruye escénicamente es tan fuerte como esa extraña presencia. Lo que le pasa al cuerpo de Camila-Frida en escena es la intrusión constante de su asistente. Y esta carga ominosa, esta extranjera, viene a decir que el cuerpo de la actriz está habitado por extraños que la torturan. En el clima sonoro y musical que constantemente acompaña todo el devenir de la obra, esa presencia señala de la forma más directa y sencilla lo que le pasa al cuerpo en escena. Ella produce el gesto de dolor y de la locura apasionada que Camila-Frida padece y recuerda en todo momento. Por ello, el cuerpo se convierte en nuestro primer intruso que desde nosotros mismos, nos tortura.

________________________________________________

Funciones: Sábados de Agstos y Septiembre  :: 21:30 hs.
Lugar: Teatro La Cochera (Fructuosa Rivera 541)
Valor de las Entradas: $ 100 general – $ 80 estudiantes y jubilados (reservas: reservasfrida@gmail.com)

Si te interesa este artículo, podés compartirlo:

Compartir en Facebook Compartir en Twitter

Sobre admin