Crítica Teatral: “SI NO FUERAS TAN COMÚN”

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PORQUE SOMOS TAN COMUNES…

Por Emilia Zlauvinen
Emilia Zlauvinen

 

 

 

 

“La escritura es una ocupación ordinaria. Pero aun así, qué preciosa. Y si la escritura no existiera, qué terrible depresión sería la que todos experimentaríamos.”
THE PILLOW BOOK, Peter Greenaway

Isabel ha escrito una carta a su abuela. Daniela Valdéz (la actriz que le da vida a Isabel) escribe, con su cuerpo y voz, la carta en escena. En esa carta Isabel se desnuda: ante su abuela, ante nosotros. Nos cuenta quién es, qué hace, qué tragedias han pasado por su vida en el último tiempo, qué es para ella el amor, cómo es para ella el sexo y esa decisión tan importante que tiene que confesarle a su abuela.

Isabel, esa Isabel que vemos, tiene el cabello largo, larguísimo como una Sansón fémina (pienso mientras la miro). Isabel es una mujer fuerte aunque no sepa cómo confesarse ante su abuela en persona y elija hacerlo mediante una carta. Quizás, porque las palabras escritas nos ayudan a ocultar un poco menos quiénes somos. Quizás, porque las palabras escritas no se sonrojan, no se callan, no tienen un nudo en la garganta ni lágrimas en los ojos. O quizás, al contrario, porque el papel y la tinta de una lapicera envuelven todo eso.

Isabel fabrica velas en su hogar y en sus ratos libres acompaña a hombres a fiestas varias. Eso la hace sentir útil, dice. La vida de Isabel parece tan común como la de su abuela que vive en Oliva, tan común (tal vez) como nuestras propias vidas (la de los testigos ocasionales que somos). Y quizás sea esa una de las razones por la que convertirnos en voyeurs pasajeros de la vida de Isabel nos atrae tanto: sabernos tan comunes al punto de poder ser el centro de un relato teatral, al punto de ser el centro de múltiples miradas un viernes a la noche, al punto de ser simplemente el centro. El centro de algo, de cualquier cosa. ¿Quién no fantasea con ser el centro de cualquier cosa alguna vez en la vida?

Al escenario lo salvan del vacío absoluto una silla, el cuerpo de la actriz y las luces (de Gabriela Visintín) que podrían llenar el espacio aun cuando nada más hubiese en él. El calor de las luces se escucha. Sí, se escucha. Y uno siente ahí, en esas luces, las velas que Isabel elabora. El fuego del pabilo que, si se acerca demasiado al papel, puede quemar la carta: así, como cuando la luz da de lleno y de tan cerca al rostro de Daniela Valdéz, cuerpo-palabra que es el papel mismo de esa carta en escena. Porque si hay algo que Valdéz ha sabido lograr muy bien es hacer cuerpo las palabras, es hacer cuerpo el papel.

Y aunque la obra sea un homenaje a Santiago Loza a mí me recuerda un poco más a ese “peliculón” que es The Pillow Book de Peter Greenaway. Un cuerpo sobre el que se escribe y un homenaje a la palabra. Un homenaje a la literatura. Un homenaje a la escritura que (como exclama la cita del copete) es tan ordinaria, tan común, que es por eso mismo tan preciosa. ¿Quiénes en estos tiempos de tanta tecnología escriben cartas kilométricas? ¿Quiénes la reciben? Cada viernes por lo que queda de junio en El Cuenco Teatro y por la noche, hay una actriz que sabe ser carta, hay un director-dramaturgo que sabe qué decir en una carta y hay un espacio para que cada uno de nosotros reciba una carta y pueda convertirse, por una hora, en abuela de Isabel.

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Dramaturgia y Dirección: Gustavo Kreiman
En escena: Daniela Valdéz
Iluminación: Gabriela Visintín
Asesor: Gonzalo Marull
Producción: El Izquierdo Teatro

Fecha: Viernes de Junio  ::  21:30 hs.
Lugar: El Cuenco Teatro (Mendoza 2063)

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