Crítica Danza: “INOCENCIOS, NUEVE DIBUJITOS EN LA TAPIA”

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UNA NUEVA INOCENCIA PARA EL MUNDO

Por Javier Martinez Ramacciotti
Rama

 

 

 

 

 

– Sobre Inocencios, nueve dibujitos en la tapia –

“Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo,
un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí:
el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.”
Friedrich Nietzsche

Me tomo el 32 frente a casa y me bajo en Parque Las Heras. Es sábado a la noche. Son las 20:30. A las 21 comienza la última función de Inocencios, nueve dibujitos en la tapia, en la Sala Quinto Deva. Hay dos datos que, pese a su aparente coyuntura, de algún modo preanuncian unos núcleos vitales de lo que será la obra de danza contemporánea: voy a verla solo y el viento es protagonista central en mi recorrido desde el parque a la sala. Y entonces se podría adelantar: Inocencios es una obra sobre la soledad y el viento. ¿Pero qué quiere decir “soledad” y qué quiere señalar la palabra “viento”? Hay que alcanzar un trato íntimo con las palabras hasta que éstas nos confiesen algo que, en principio, se retaceaban a hacerlo. Escribí que fui solo a ver Inocencios pero aunque hubiera ido con alguien de todos modos hubiera estado alejado de toda compañía en el momento del desarrollo de la obra; uno siempre está solo ante una obra. No se trata, por lo visto, de una soledad numérica, sino de un estado de soledad, una forma-de-estar en la que uno se contrae y se pliega sobre sí motivado por una fuerza que es, en principio, externa; sobre ese estado de soledad hacen atravesar sus cuerpos los nueves bailarines/personajes de Inocencios y lo exploran hasta arrancar de allí gestos  y movimientos que nosotros atestiguamos. Así como uno, ante una obra, alcanza un punto de extrema soledad, del mismo modo cada uno de los cuerpos en escena parecieran plegarse a algo que en cada uno es intransferible, que se intuye como lo más propio e íntimo- sin ser, sin embargo, una propiedad-: llamaremos a eso “la infancia de cada quien”. Inocencios es una obra sobre la soledad en la medida en que es un intento, singular en cada uno de los nueve casos, de alcanzar la infancia de cada quien. ¿No experimentamos todos, aunque más no sea una vez, ese movimiento simultáneo por el que, al querer acercarnos a nuestra infancia, nos alejamos del mundo, y nos encontramos en la situación del astronauta flotando en el espacio mirando el planeta en el silencio y la oscuridad? Con un agregado extra: sería en este caso un astronauta que mira dos planetas de los que se aleja en igual medida; porque la soledad que se alcanza al aproximarnos a la infancia de cada quien es también la de observar cómo ésta va retrocediendo con cada paso nuestro. ¿Pero no es la infancia lo más asequible, lo más a mano, nuestro tesoro, nuestra primera y más exclusiva propiedad? A riesgo de entrar en contradicción, maticemos lo anteriormente enunciado: a lo largo de todo Inocencios no hay infancias. Hay, sí, fragmentos de infancia. Los cuerpos encarnan minúsculas escenas infantiles- juegos, llantos, reclamos, etc-, actualizan gestos asociados a la niñez- pucheros, golpes, gritos- rictus, ademanes, desplazamientos, posturas, en resumen: no tanto infancias como siluetas borroneadas de las infancias. La infancia aparece, en su intermitencia, como algo menos que un relato- recuerdo- y algo más que una bella época perdida para siempre. La infancia es sus fragmentos; como el discurso amoroso, la infancia sólo existe fragmentariamente. De hecho, y más radicalmente, “infancia” nombre la posibilidad de un cuerpo- de esos nueve cuerpos, de cada uno de nuestros cuerpos- de coincidir con ese gesto, de ser ese movimiento del brazo, de existir fragmentariamente sin reclamar el hilo que urda esas hilachas de existencias: si la infancia era lo más propio de uno- el pliegue en estado de soledad-, lo más propio no hace Uno; lo más propio puede ser un pucherito, una máscara de peleador de lucha libre, un llanto llamando a mamá, la compostura de un cuerpo en el colchón, un grito, ese grito, no otro grito, en síntesis: lo más propio es un ademán. Inocencios es una explosión de ademanes que exhiben la paradójica situación de los cuerpos al aproximarse a la infancia de cada quien, porque al hacerlo se alcanza lo más íntimo y en lo más íntimo no hay nada; o mejor: en lo más íntimo hay una grieta y por esa grieta pasa el viento del mundo.

Anunciamos más arriba que Inocencios era una obra sobre la soledad y el viento. Ahora podemos aproximarnos más al segundo punto: la grieta, que es la intimidad infantil de cada quien, es el hueco por el que atraviesa la música del mundo y pone en resonancia esas soledades. Si Inocencios es una obra sobre la soledad, lo es en tanto soledades en común. El viento es lo que hacer chocar la materia del mundo, es una fuerza que arranca a las cosas de su solipsismo y su inercia para aproximarlas en un contacto que es tanto amoroso cuanto violento. El viento es la danza que pone a bailar juntas a las soledades y en la que éstas se comunican físicamente, por roces y colisiones: llamaremos a este estado del mundo, la inocencia del mundo. Pero debemos hacer una aclaración: así como en las primeras horas La Tierra le perteneció al viento- el progreso civilizatorio es, entre otras cosas, el olvido y control del viento- así también hubo en esos instantes una Inocencia anterior al bien y el mal, una Inocencia no jurídica, la cual no era el resultado de la decisión del juicio de un tribunal- inocente o culpable- sino la misma condición de todo lo que era en cuanto era. La Inocencia “es un niño que juega a los dados: de un niño es el reino” (Heráclito); es la mentada inocencia del devenir, en la cual conviven la destrucción y la creación, la alegría y el dolor, la bondad y la maldad, el beso y el golpe: Inocencios comienza con una escena donde se reproducen numerosos besos( sonidos de besos) y finaliza con la repetición de golpes en el suelo(sonidos de golpes); “Muac” y “Paf” son los dos polos del sonido de la inocencia del mundo, y entre ellos baila y se mueve todo lo que es.

Si dijimos que Inocencios es una obra sobre la soledad y el viento, a esta altura podemos parafrasearlo de otro modo: Inocencios es una obra sobre los fragmentos de infancia de cada quien en medio de la inocencia del mundo. O también: una obra sobre las soledades en común, un modo de bailar juntos sin renunciar a nuestros ademanes intransferibles, a nuestros movimientos disonantes. Inocencios expone ante nuestros cuerpos las imágenes de una comunidad de acuerdos discordantes: soledad y viento, infancia e inocencia, besos y golpes.

 

Empecé con una coyuntura y quiero terminar del mismo modo. Cuando finalizó Inocencios, volví al Parque Las Heras, me volví a tomar el 32 y fui hasta Casa 13. Ahí se presentaban los tres nuevos libros de Editorial Nudista. Uno de esos libros era la nouvelle de Osvaldo Bossi. Antes de leer unos fragmentos del libro, comenzó a contar sobre la importancia de haberlo escrito finalmente; según sus propias palabras, se había preparado toda su vida para hacerlo y, de hecho, ahora él podría morir y estar contento. ¿Qué es aquello para lo cual se entrenó toda su vida y que corta en dos el hilo de su biografía? Su infancia. En la nouvelle se narra su infancia, y como dijo él con su ya famosa voz: “recién ahora puedo afirmar que tengo una infancia”. Y aunque las escenas de la escritura y la danza difieran, quizá podamos pensar que ambas son un obstinado movimiento de hacernos de una infancia, de estar a la altura de aquello que nunca en sentido estricto nos perteneció: hacer ingresar a este mundo aquel “reino encantado”, hacer ingresar a este mundo “otro mundo” y ensancharlo. Tal vez escritura y danza- y cada uno de nosotros con ellas- sean una persistente manía de hacer de este mundo más mundo: conquistar, finalmente, una nueva inocencia para la tierra.

Un nuevo comienzo, otra vez.

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La obra es el resultado de la coproducción entre “Altibajos constante movimiento” y “ALP”, dirigida por la coreógrafa Ma. Cecilia Priotto; Ganadora del ”Fondo Estímulo a la Producción – Danza Contemporánea 2014”, otorgado por la Municipalidad de Córdoba.

En escena: Paulo Nehuén Zogbe / Franco Lentino / Paulo Tissera / Cecilia Zoppi / Milagros García / Sabrina Lescano / María de Rossi / Josefina Maro / Sebastián Roux / Lea Luttman / Laureano Bentivegna
Dirección: Cecilia Priotto
Asistente de Dirección: Belén Ghioldi
Voz en off: Tomás Castagno.
Equipo de producción: Compañía Altibajos Constante Movimiento – Compañía ALP
Vestuario: Sabrina Lescano – Cecilia Priotto

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+ acerca de Javier Martínez Ramacciotti:
Nació en Córdoba, 1985. Participó de las antologías de jóvenes narradores Es lo que hay y Los nuevos, ambas editadas por Babel, y de Dieciocho. Antología de poetas hombres de Córdoba (Tinta de Negro Ediciones). Ganó el Primer premio del Concurso Literario El Banquete 2011 y fue seleccionado también con el primer premio del II Concurso Nacional de Poesía “Taller Latinoamericano de Poesía Fundación Pablo Neruda 2012” Publicó: Fondo Blanco (Alción, 2011), Papá-Oso (La Sofía Cartonera, 2013) y Alto Mediodía (Llanto de Mudo, 2014) y participó de los libros colectivos de ensayos: La Obstinación de la escritura (Postales Japonesas, 2013) y Violencia y Método. De lecturas y críticas (Letranómada, 2014). Es editor de la Revista Digital Caja Muda: www.revistacajamuda.com.ar

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