MAMÁ PSICÓTICA CON VOZ DE CELESTE CID
MÍA usa un plano recurrente: Camila arrastra un carro lleno de cartones y chucherías. Metáfora del acabado artístico: una actriz superior empuja una narración destartalada.
Pero una narración destartalada no es a priori mala; requiere el deterioro progresivo de su idea. Maltrato involuntario de un director medio gay, sin la entereza de su actriz. Javier Van de Couter clava cuadritos kitsch en la película hasta dejarla frágil e inestable. Pared que no se desploma porque Camila pone la espalda.
Pocas personas están bendecidas por la cámara o tienen tanto shock escénico. Su rostro se presenta en cine y es cautivador, siniestro, dulce, sombrío y asombroso. Algo inexplicable: es bellamente feo. Facciones agresivas con una estela de pureza; en Camila convive el extraterrestre luminoso junto al homo sapiens decidido. Y la película paraliza cuando Camila gana la pulseada. Gana cuando deambula sin ansiedad dramática, se manifiesta con su cuerpo, se enoja o emociona “poquito”. Y pierde cuando le imponen diálogos espontáneos, la hacen llorar como un Avatar o le preparan números musicales onda Disney… O cuando la hacen mirar a cámara (¡literalmente!) para decir algo remanido sobre la identidad de género.
No todo es bochornoso; hay que rescatar cosas pintorescas y microscópicas que alegran la incomodidad general. Aciertos que vienen desde La Aldea Rosa, esa comunidad travesti. Lo que sale de ahí es visual y situacionalmente PERFECTO. El sistema tribal, los códigos de convivencia, el urbanismo barroco, la división de tareas, el reclutamiento de almas perdidas. No es simplemente una postal antropológica, es un ataque a la normalidad cívica. La Aldea Rosa es un punto de fuga que reestructura nociones de familia y ciudadano.
Bueno, acá se pudre todo: el director abrió un punto de fuga y después lo pegó con poxipol. Camila, ser supranatural con la capacidad de inventarse una subjetividad propia, se convierte en un travesti básico que sueña con su familia bonita afuera de La Aldea Rosa.
La subversión del planteo se domestica con lo que ya podríamos denominar en el cine argentino de “campanellismo”. El campanellismo consiste en abordar una temática polémica o cruda y aggionarla con música insoportable, diálogos tontos y sublimes, simbolismos obscenos y una conclusión correcta que no le deje a nadie un sabor amargo.
Campanella: si tuviste algo que ver en el horroroso final bíblico de MÍA, te rompo el cráneo con tu oscar.
Calificación: 4,5 morenaux
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Título original: Mía
Año: 2011
País: Argentina
Duración: 105 minutos
Dirección: Javier Van de Couter
Guión: Javier Van de Couter
Producción: Lilia Scenna, Ángel Durández Adeva, Pablo Rovito, Fernando Sokolowicz
Intérpretes: CAMILA SOSA VILLADA, Rodrigo De la Serna, Maite Lanata
Dirección de Fotografía: Miguel Abal
Dirección de Arte: Sebastián Roses, Mariana Polsky
Sonido: Jésica Suárez
Música: Iván Wyszogrod
Montaje: Fabio Pallero
Pero a mi el secreto de sus ojos me encanto. Quelevachache!
Pero 1 película buena no redime 20 malas.
Sólo te hace recapacitar sobre el azar.
Pésima critica. Debo decirlo: falta de respeto adrede, sin sentido. Lucas Moreno sos flor de pelotudo, mejor dedícate a escribir epígrafes de postales flor de nabo. A faltar el respeto, siempre, con sentido. Chau descerebrado.
Cuando el Ministro Moreno abra las importaciones y llegue el clonazepam, mis críticas serán más amables.