Reseña: “LA CANCIÓN DEL POETA ATRASADO”

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Y CANTÉ, CON EL LENGUAJE PERO CANTÉ

Por Javier Martínez Ramacciotti
Rama

 

 

 

 

– sobre La Canción del poeta atrasado. Cuaderno de Lengua y Literatura 3 ½ (Ed. Miembro Fantasma, 2015) de Mario Ortiz –

“Una espiral sin cielo
Porque no hay cielo ese día
(…)
¿No hay acaso mayor felicidad”
Maelstrom, Luis Sagasti

“la ingenua confianza de que algo va a durar,
sin la cual no se podría vivir, pues el corazón se detendría.
Somos pequeñas alegrías:
estar contento de sí es encontrar en sí mismo
la fuerza para resistir a la abominación.”
Gilles Deleuze

Este nuevo Cuaderno de Lengua y Literatura es un Cuaderno que llega tarde. Cuando la serie acaba de alcanzar el Cuaderno 9, retorna del limbo de los proyectos puesto en pausa un poema de largo aliento que se produjo entre el Cuaderno 3 y el Cuaderno cuatro, y que por eso se trata, magia de la matemática mediante, del Cuaderno de Lengua y Literatura 3 1/2. Pero no sólo el libro llega tarde, la voz del poema pareciera pronunciarse cuando la totalidad de lo decible ya se dijo, cuando el lenguaje ha declinado todas sus inflexiones, y sus jirones agotados sobre la superficie de las cosas coinciden con la mismísima piel arrugada y seca de esas cosas. La lengua agotada descansa ahora sobre el páramo de la historia realizada y recién en ese momento aparece la voz de Ortiz, como aparece el mesías de Kafka: «El Mesías sólo llegará cuando ya no haga falta, sólo llegará un día después de su propia llegada» La voz del poeta atrasado es una voz que está lista para articular una palabra que, sea cual sea, será una palabra repetida, una palabra que ya ha visto la luz del sol y danzado el viento de la historia; la voz del poeta atrasado es un eco, un eco que no hace falta, que nadie espera, un sonido en loop replicando en una pista de baile vacía. «Oscuro es todo esto, pero a veces cantamos», escribió el oscuro Giannuzzi en un rapto ínfimo de felicidad, tan ínfimo como una luciérnaga, y de algún modo este libro viene a sostener una misma ética de la voz poética: no hay nada que decir, no hay nada que entender realmente, y sin embargo, a veces, muy de vez en cuando, alguien, canta. Canta, dije, y no «escribe»; la canción del poeta atrasado, y no el poema del poeta atrasado. Si pensamos el libro de Mario como un Manual de Instrucciones para el último de los días- y ya sabemos, cada día es el último de los días- la segunda lección que podemos extraer es la siguiente: cuando llegamos tarde al lenguaje hay que seguir diciendo, y ese resto obstinado tendrá la forma exacta del canto. ¿Pero no es acaso toda literatura la prolongación póstuma del lenguaje cuando éste alcanzó un punto determinado de agotamiento? ¿No comienza la literatura occidental con una petición de canto: «Canta, diosa, la cólera funesta del Pelida Aquiles»? ¿Y no lo hace también el que se considera el umbral de inicio de una tradición de la poesía argentina en la que bien podríamos incluir a Ortiz, Leónidas Lamborghini mediante: «Aquí me pongo a cantar/ al compás de la biguela…»? Hay una verdad en esos comienzos que es la verdad sobre la que se traman los versos tajeados, rotos, tartamudos, percutivos, del canto de Ortiz: somos extemporáneos al lenguaje, y por eso mismo, a la historia. Y lo somos de dos maneras: cada vida llega a un mundo signado con el tatuaje del significante, venir al mundo es venir a un lenguaje que no nos espera ni comienza con nosotros, al que llegamos puntualmente tarde; pero a su vez, y por la misma razón, el lenguaje alcanza nuestros labios a destiempo, llega a su cita con el aparato fonador al menos con un año de retraso. La interrogación que explora el canto de Mario es justamente cómo habitar ese destiempo, esa extemporaneidad, cómo volver habitable un lenguaje agotado en una historia realizada para una vida que, a pesar de todo, a pesar del todo, quiere seguir diciendo, es decir, viviendo. Hay dos fórmulas que se repiten en el poema: la muletilla «quiero decir» y variaciones de un frase que podemos resumir en la estructura seca y cortante que tienen las verdades que se traman en un margen del discurso: «estoy triste». «lo que quiero decir…», «sí, no, o sea, lo que estoy queriendo decir», son fórmulas de una voluntad de comunicación que se topa con el lenguaje como medio de su contención y a su vez testigo de su imposibilidad; la tristeza, por su parte, no es otra cosa que el efecto de un poder sobre uno, el efecto de una operación que nos separa de lo que podemos hacer, de nuestra potencia en la que se cifra el abracadabra de la alegría de cada quién. «Quiero decir» y «Estoy triste» son, respectivamente, la modalidad de la voz y la forma de vida de quienes coinciden punto por punto con el lenguaje agotado y la historia realizada: son las figuras de la imposibilidad, de la impotencia, de los hombres cansados, del que llega a tiempo, cuando se lo espera, y no puede no hacer lo que hace ni no decir lo que dice. La canción del poeta atrasado, por el contrario, es un laboratorio de experimentación de otros modos de la voz y una nueva forma de vida para el agotamiento generalizado, es decir, para nuestro incesante llegar a destiempo al lenguaje. Si ese laboratorio tuviera una frase en el dintel de entrada sería la reescritura que hace Mario en un Cuaderno del dictum del Wittgenstein del Tractatus: «de lo que no se puede hablar, mejor seguir hablando» La cuestión, claro, es cómo y por qué, es decir, la cuestión es, como suele suceder, el procedimiento y la ética que lo sostiene. Cuando se alcanza el límite del lenguaje, cuando se roza la línea más allá de la cual nada se puede decir, cuando la fuente de las palabras se agota, ahí, en ese mismo punto, comienza el canto, que no es otra cosa que el lenguaje mismo suelto de toda vocación, el lenguaje suelto de todo, ab-suleto: el canto es, en la poética de Mario, una nueva inocencia del lenguaje: su paraíso. ¿Y cuál es la ética que convoca al canto? En la nueva inocencia del lenguaje, todo es un continuo desprenderse de palabras, un continuo surgimiento, sí, pero también un ininterrumpido sacárselas de encima, sacarse la presión y la prensión de las palabras, aunque más no sea con ellas mismas; en el lenguaje absuelto que es el canto, el poeta atrasado labra a fuerza de versos un mínimo interregno de excepción donde una vida puede tomar una bocanada de aire que no sea sólo un aire significante entre comillas (“aire”), ni un aire filológico cuya etimología remita a vaya uno a saber qué…, es decir, el poeta atrasado labra una tierra de nadie donde una vida, surgiendo del repliegue de todas las palabras disponibles, no se reduce, sin embargo, a ellas, sino que más bien es su propio desfase con las palabras, el punto de no coincidencia en el que se trama la posibilidad misma de una vida singular. Antes dije que la interrogación del libro de Mario era cómo volver habitable un lenguaje agotado en una historia realizada; ahora podemos matizarlo: cómo volver habitable un lenguaje agotado en una historia realizada para extraer de allí una vida, no cualquier vida, sino esa vida. La respuesta es el título del libro: con «la canción del poeta atrasado».

El canto es la puesta en acto de la posibilidad de una vida, de una vida no escindida de sus posibles.

Cuando nacemos, lo primero que hacen es cantarnos, y el canto es tanto memoria del sonido uterino prelinguístico como profecía de la selva de signos a la que, más temprano que tarde, ingresaremos.

El canto es memoria y profecía; el canto no llega nunca a tiempo, llega antes y llega después. En el canto, la clausura del momento, el agotamiento del presente, se ensancha hacia todas las lejanías. La canción del poeta atrasado deja resonando en nuestros tímpanos una voz nerviosa que nos asegura que una vida debe jugarse en el canto, que una vida que se juega en el canto es una vida que dice y puede seguir diciendo, o lo que es exactamente lo mismo: es una vida que aún vive y puede seguir viviendo.

¿Y no es esa, acaso, la máxima felicidad?

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+ acerca de Javier Martínez Ramacciotti:
Nació en Córdoba, 1985. Participó de las antologías de jóvenes narradores Es lo que hay y Los nuevos, ambas editadas por Babel, y de Dieciocho. Antología de poetas hombres de Córdoba (Tinta de Negro Ediciones). Ganó el Primer premio del Concurso Literario El Banquete 2011 y fue seleccionado también con el primer premio del II Concurso Nacional de Poesía “Taller Latinoamericano de Poesía Fundación Pablo Neruda 2012” Publicó: Fondo Blanco (Alción, 2011), Papá-Oso (La Sofía Cartonera, 2013) y Alto Mediodía (Llanto de Mudo, 2014) y participó de los libros colectivos de ensayos: La Obstinación de la escritura (Postales Japonesas, 2013) y Violencia y Método. De lecturas y críticas (Letranómada, 2014). Es editor de la Revista Digital Caja Muda: www.revistacajamuda.com.ar

Libro: “La Canción del poeta atrasado. Cuaderno de Lengua y Literatura 3 ½ ”
Autor: Mario Ortiz
Editorial: Miembro Fantasma  – 2015

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